dimarts, 12 d’octubre del 2010

Hoy mi santidad brilla clara y radiante.

Hoy me despierto lleno de júbilo, sabiendo que sólo han de acontecerme cosas buenas procedentes de Dios. Eso es todo lo que pido, y sé que mi ruego recibirá respuesta debido a los pensamientos a los que va dirigido. Y en el instante en que acepte mi santidad, lo único que pediré serán cosas dichosas. Pues, ¿qué utilidad tendría el dolor para mi, para qué iba a querer el sufrimiento, y de qué me servirían el pesar y la pérdida si la demencia se alejara hoy de mi y en su lugar aceptara mi santidad?

Padre, mi santidad es la Tuya. Permítaseme regocijarme en ella y recobrar la cordura mediante el perdón. Tu Hijo sigue siendo tal como Tú lo creaste. Mi santidad es parte de mi y también de Ti. pues, ¿qué podría alterar a la Santidad Misma?

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