(...) Es cierto que nada vemos ni percibimos de la belleza del alma. Todo lo grande y hermoso que se realiza en nosotros pasa oculto a los ojos humanos. Pero sería necedad negar por eso su existencia. Es más real que las cosas que percibimos a nuestro alrededor. Un diamante no cambia su valor por verlo o no verlo. Puede estar oculto su resplandor con una burda capa; sin embargo, está ahí esperando el momento en que una mano lo libere de esa capa y lo exponga a la luz reveladora de su hermosura.
Tú tienes una diminuta simiente, un grano insignificante en la mano. Tu ojo no ve nada del valor intrínseco que se puede allí ocultar. No se echa de ver en la semilla el tallo magnífico y las pesadas ramas que un día brotarán de ella. El que contempla el grano de simiente no piensa en el árbol que invisiblemente encierra. Sin embargo, allí está el germen. Y llega un tiempo en que muere la capa exterior y se descompone, y entonces brota la vida interior; y ves con admiración qué riqueza y plenitud de vida dormían en esta simiento esperando una fuerza que les ayudara a desplegarse. (...)
Tú tienes una diminuta simiente, un grano insignificante en la mano. Tu ojo no ve nada del valor intrínseco que se puede allí ocultar. No se echa de ver en la semilla el tallo magnífico y las pesadas ramas que un día brotarán de ella. El que contempla el grano de simiente no piensa en el árbol que invisiblemente encierra. Sin embargo, allí está el germen. Y llega un tiempo en que muere la capa exterior y se descompone, y entonces brota la vida interior; y ves con admiración qué riqueza y plenitud de vida dormían en esta simiento esperando una fuerza que les ayudara a desplegarse. (...)
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